TZZ

¿Que fué TZZ?

Curaduría Pily Estrada Lecaro

Irving Ramó (Quito, 1989) era un diseñador que se enamoró de la idea de pintar. Y aprendió imitando estilos de cuadros que devoraba en libros de arte. Y aprendió mirando con atención las obras de los museos que visitó, por su faceta de artista urbano que lo ha llevado a decenas de ciudades. Y aprendió bien.

Fue la energía contradictoria de estos tiempos de pandemia, dentro de la cual todas las obras exhibidas han sido creadas o terminadas, la que guió a las dos exploraciones que conviven en TZZ: Las obras individuales de Ramó y las piezas que produjo junto a Luigi Stornaiolo, Maureen Gubia, Leandro Pesantes, Jorge Morocho y Xavier Coronel.

En esos meses de producción autoreflexiva durante el aislamiento, la pintura de Ramó alcanzó una verdadera compenetración entre los signos y la figura humana, que son las dos constantes que ha dilatado y fusionado desde los inicios de sus búsquedas artísticas. Los cuerpos que retrata conquistan dimensiones metafísicas cuando emergen, descienden o flotan a partir y entre los símbolos abstractos que componen el circuito visual y espiritual del autor.  

Los símbolos que se repiten en las obras son el resultado de la investigación de códigos geométricos de culturas ancestrales. Cada uno resume una interpretación de las formas universales con las que nos conectamos en el tiempo a través de la visualidad. 

Las tres piezas abstractas, que llevan el título de la exposición y que se concentran en el ombligo de la sala, recuerdan el diseño de los tejidos o de las conexiones eléctricas, que para Ramó tienen la misma raíz visual. Para el artista estas imágenes son una amplificación de la partícula del mundo vibracional que manifiesta en sus obras. Esa partícula es la esencia de su propio cosmos.

De los símbolos recurrentes en TZZ hay uno que tiene un lugar destacado: la aguja dorada. La imagen es una adaptación del anhk, la cruz egipcia que simboliza la unión de Isis y Osiris, la dualidad, lo masculino y lo femenino mientras, paralelamente representa el todo. También es el ojo, que personifica a Orus, que observa omnipresente los planos físicos y metafísicos. En TZZ la aguja es el objeto que conecta, teje, zurce; una especie de amuleto que alía el mundo físico, el mundo interior y los mundos que desconocemos. 

Los signos también se trasmutan en laberintos que se revelan desde los interiores de los cuerpos y, a la vez, son el espacio que habitan. Los laberintos confusos y misteriosos, se presentan como una metáfora de la búsqueda y el encuentro, del sistema del propio cuerpo y del universo. 

Cada elemento que forma parte de las obras es una clave para comprender y traspasar los portales escenificados, en los inexistentes vacíos que los cuerpos atraviesan. Esas delicadas y poderosas figuras humanas están inspiradas en la pintura clásica, sus torsiones dramáticas remiten a la teatralidad del cuerpo barroco, ese que revela que no es estático, que está en tránsito. Es un cuerpo en pasaje espiritual.

Los cortes de los torsos citan a los libros de anatomía del renacimiento, esos estudios científicos y artísticos de cuando el hombre era el centro del mundo, que permitieron al ser humano entenderse por dentro y dejarlo fielmente dibujado por primera vez la historia. Estas primeras figuras anatómicamente correctas, representadas con la exactitud que con ese gran descubrimiento llamado perspectiva lograron plasmar, significaron una nueva conciencia de la corporeidad y lo que nos compone como especie. 

TZZ se complementa con las colaboraciones que tejen una nueva trama en la exposición. Las cuatro obras resultaron de la necesidad de contrarrestar el distanciamiento obligatorio con el deseo de crear en cercanía. Las colaboraciones con artistas jóvenes de Guayaquil partieron del interés de Ramó sobre la pintura en la ciudad, en la que reconoce intereses propios. 

Con Leandro Pesantes se evidencia la apreciación de la espacialidad, tanto física como metafísica, que ambos comparten. En la obra que realizó con Maureen Gubia, la artista levantó personajes simultáneos sobre las tramas de Ramó y colocó veladuras que amelcochan la oscuridad críptica que poseen. El tríptico que pintaron con Jorge Morocho y Xavier Coronel es una suma de caprichos artísticos.

Cada obra se generó desde una conexión y un proceso diferente, de una complicidad distinta y con variantes grados de empatía y sincronías estéticas, en las que el autor se dejó internar en la naturaleza que cada artista propuso. Los cientos de estratos, anécdotas y formas de hacer compartidas en cada colaboración, nos regresan a mirar el planeta que por meses perdimos. 

La colaboración más especial fue con el maestro Luigi Stornaiolo, el artista nacional que más admira, y quien es unos de los pintores que marcó la pintura de las últimas décadas del siglo pasado. Mientras hacían la obra que es parte de esta exposición, volvió a siluetear -por primera vez en años- las facciones de un rostro y dejó insinuados unos brochazos que Ramó interpretó como un cuerpo y que decidió completar con unos dedos y un pie al estilo de Luigi. Con ese gesto le dió un jinete al caballo azul que el maestro dijo sospechar entre los trazos que dejó sobre el lienzo, antes de desaparecer del taller en plena sesión de pintura. 

TZZ narra una teoría del cosmos a partir de las fuerzas vibracionales que surgen de las conexiones. Relata la fugacidad del cambio constante en lo que permanece. Revela una historia de todos los tiempos dando vueltas en el mismo lugar.

 

Pily Estrada Lecaro

A un año del inicio del encierro pandémico